El palique


El Blog-Eo

Quien me conoce sabe que escribo cada día. Lo hago por pura necesidad y sin pretensiones. Es el espejo más fiel donde me miro desde hace más de veinticinco años y fue la terapia por excelencia durante mi complicada adolescencia. Escribo nada más despertarme y antes de acostarme. Escribo en la calle, en mi casa, en una cafetería, en un parque y donde me pille. Escribo humor y drama, poesía y relatos donde juego con las palabras (o las palabras juegan conmigo). Escribo en las notas de mi movil, en mi libreta, en mi ordenador y donde haga falta. Y es que escribir es el lenguaje y la forma que tiene mi mente de vaciarse y mi espíritu de llenarse. 

Hace ya varios años que la escritura es una de las fuentes de ingresos que recibo en mi vida de autónoma y de artista de economía inestable pero, al menos de momento,  afortunadamente abundante. He escrito guiones para tele, he escrito teatro y he publicado un libro. Esto es una fortuna, y soy muy consciente. Pero sé que no muestro ni la tercera parte de lo que escribo por un bloqueo que pretendo romper con este acto psico-mágico de honrarlo y de abrirle un espacio en estas líneas. 

Siempre quise tener un blog, porque siempre he admirado profundamente a las personas que se muestran en sus posts. Y yo, que llevo escribiendo tanto tiempo, encontré en el blog esa posibilidad de publicar cada día y de empezar a crear una comunidad de lectores que después comprasen mis libros. Así que di los pasos hasta tener uno. Era bonito, elegante y tenía buena imagen. Según mis profesionales y entendidos amigos diseñadores, el blog lo tenía todo para triunfar… Pero no sólo no triunfó, sino que se quedó por el camino y lo perdí por desuso. Y ahora, cuando lo pienso y veo con perspectiva, sé que esto sucedió por el tema que nos ocupa: por un bloqueo.

Los bloqueos son trozos de nuestra creatividad que se enquistan por pretender meter la mente racional donde sólo caben la acción intuitiva y el sentir genuino propios de un acto creativo. Es la vida queriendo expresarse siendo taponada por esa parte del yo que anhela con ser perfecta, completa o brillante. O la que tiene miedo a mostrarse. Es la espontaneidad ahogada por el miedo al qué pensarán, a fracasar, o el miedo a triunfar, miedo que no contemplamos pero que duerme debajo de la apariencia del miedo a fallar. Y qué importante es mirarlo y tomarlo como una parte fundamental de la liberación de nuestro arte, sea el que sea, ya que es un cascarón que se ha hecho para protegernos, pero que es directamente incompatible con cualquier manifestación creativa, que es como la vida: siempre cambiante y siempre en movimiento. 

Mi bloqueo tenía que ver (ya hablo en pasado.. buena señal) con esa parte de mí que quería publicar sólo cosas “interesantes” o “brillantes”. Con esa parte que tiene miedo a fracasar y a la misma vez a triunfar, y con esa parte que pretende controlar cómo debería ser un acto creativo. Y ahora la abrazo y le doy las gracias, sabiendo que todo lo que me habita es una parte de mí que se ha creído necesaria para protegerme del dolor, pero también que el saberme canal de algo más grande me hace tomar la responsabilidad de abrirle también la puerta al dolor, y a darle más espacio a mi alma que a mi mente. 

Es esto lo que pretendo en este bautismo de este, mi nuevo blog, deseando que te inspire a hacer lo mismo, si te encontrases en una situación parecida, o que te lleve a compartírselo a alguien a quien intuyas que estas palabras podrían ayudarle a liberarle de sus propias cadenas. 

Me encantaría leer algún comentario tuyo sobre algún bloqueo que experimentes o hayas experimentado, y que entre todxs nos vayamos empujando hacia la parte más genuina de nosotrxs mismxs. 

Un abrazo muy fuerte y gracias por leerme. 

PD: gracias a María, que me dio el empuje y la idea y que bautizó la palabra de esta primera entrada, y que me inspira a tomarme en serio el papel que me toca jugar en esta vida.

 
 
 
  

Lo que en Palermo pasó

El otro día tuve la gran fortuna de llenar un local de mi tierra con una actuación mía. Para quien se dedica a esto, sabe que en estos tiempos, llenar un local es todo un triunfo. Y es que, aunque nos agarremos a este arte como quien se agarra a una balsa en medio del mar incluso cuando la tormenta azota más fuerte que nunca, aunque la circunstancia externa, por muy mal que pinte, no tiene nada que hacer al lado de la fuerte la llama de la vocación, este arte necesita de la gente para que funcione. El acto escénico es un rito bi-direccional, dos caras de una moneda, dos energías que se complementan y se necesitan para producir el efecto que encierra y para que la semilla brote. Y sentir tanto calor de tanto público cuando una ha decidido embarcarse en el arte del monólogo, es un regalo inmenso que solo entiende quien se ha subido a defender un argumento alguna vez. 

La jarana que se montó fue tal, que he decidido publicar un post para hacerle honra a esta celebración del pasado 27 de marzo, día que coincidía con el día mundial del teatro. 

Actúe en talleres Palermo, un local con rollazo de Las Palmas que le ha ganado el pulso a las oleadas de la pandemia, un superviviente de la cultura que se alza en el corazón de Guanarteme y que coincide con estar justo enfrente de la casa de mis padres. Y es que la gente que lo lleva es un grupo de personas apasionadas que ignoran lo externo y se agarran a su pasión sin vacilaciones. Y ahí tenemos cosas en común. 

Así que espere la fecha con dosis de ganas y miedo (el miedo es combustible creativo si se sabe utilizar) y ahí que aparecí el domingo con mi guitarra y mi cajón. 

Nada más llegar me advirtieron buenamente que se habían vendido muchas entradas, así que me agarré a esto como a un clavo ardiendo y me dediqué q centrar mi energía en confiar. Con los nervios propios previos a las actuaciones, anduve por el local hasta que se hizo la hora, con alguna visita amable y acertada de por medio, (gracias), procurando repasar mentalmente las canciones que se me escapaban de la cabeza con la misma facilidad que se me repetían. 

El local empezó a llenarse y los nervios empezaron a aumentar. De repente no me sabía ninguna canción. Miraba desde arriba la gran cola que se había formado y dudé, dudé si estaría a la altura de las expectativas de aquella gente que había salido un domingo de su sofá o se había levantado de una terraza de Las Canteras para venir a verme a . Y es que aquí es cuando el ego aparece: cuando una se enfrenta con la posibilidad de no gustar. El reto es atravesar eso. 

Seguí moviendo el cuerpo y se hizo la hora.

Desde el piso de arriba observé a aquella cantidad de gente sentada y pasando un buen rato. Saque una foto mental para no olvidarme de semejante estampa, y bajé las escaleras. Una vez que puse un pie frente al público que me recibió con un aplauso y con sonrisas, sucedió la Magia, y aunque las palabras no hagan justicia, procuraré acercarme lo más que pueda. 

El aplauso de la gente es un empuje hacia el escenario. Las dudas y los miedos se van de golpe, porque el aplauso es el manto, el arrope, el “estamos aquí”. Después, las miradas que apuntaban hacia mi persona, me recordaban que aquella gente había venido a pasarlo bien, y que lo único que tenía que hacer era pasarlo bien yo también, en honor a ellxs, así que me agarré a este propósito y subí al escenario donde estaba mi cajón esperándome.

Una vez empecé a tocar el cajón, el silencio se hizo enorme, y el silencio equivale a la escucha. Y si el aplauso el el manto, la escucha es el sofá, el lugar donde sentarse y desarrollar el discurso con comodidad y calma.

Empecé a soltar por mi boca las canciones y discursos de la entrada y enseguida supe que aquello iba a salir bien. Y no fue por otra cosa, sino por el vínculo que creé con el público. Es lo más importante, créeme. No es importante que yo me sepa el texto, que yo me equivoque, que tenga una puesta en escena espectacular y que yo, yo, yo… lo importante es la gente. Lo importante es llegar al corazón de la gente. Y yo, que me muevo como pez en el agua en el mundo sensitivo, experimenté una acogida cálida y una escucha impecable. Y ahí recordé que lo importante era llegar a aquella gente. Y ahí me permití relajarme. Y ahí sucedió la Magia.

Improvisé. Improvisé mucho. Me inventé muchas cosas y otras las respeté. Pero lo importante es que no desconecté ni un segundo de lo que estaba pasando en el público. Y eso me salvó de la absurda intención de gustar o no gustar. Eso me metió de lleno en el presente y me introdujo en un viaje donde lo importante era la comunicación entre el público y yo. Y pasaron cosas preciosas que se quedarán conmigo para siempre. Tres personas se subieron en el escenario para brillar (unas más que otro) y María, maestra inspiradora y compañera de juegos artísticos y creativos, se subió a cantar conmigo sin estar preparada y supo disfrutarlo. Momentazo. 

Cuando terminé, el aplauso y los vítores me empujaron a convencerme una vez más de que aquella actuación había cumplido su función: transformarnos y sanarnos a todxs los que estábamos allí.

Y es que se habla mucho en estos tiempos de la salud física, mental y emocional. Y yo siento que el teatro es la sanación del alma colectiva. Que los actos escénicos son oportunidades para dar saltos cuánticos que vayan más allá de una misma. Y es que claro, es tanto lo que una vive, que se renuevan las ganas y la fuerza, y una no se plantea la posibilidad de dejar esto, así pase la mayoría del tiempo a la deriva, sin otra certeza de que el viento siempre sopla a favor de que sigamos actuando.

Sigue actuando, sigue cantando, sigue escribiendo, sigue cocinando, sigue dibujando, sigue. Sigue, por favor. Es la única manera de ganarle el pulso al horror y el surrealismo actuales. Es la luz en el camino. Es el camino. 

Muchos besos y gracias por leerme. 

Y gracias por seguir. 

Aquí te comparto las preciosas fotos que me sacó mi amiga Eva, con un ojo artístico tremendo y con un buen gusto exquisito. 

Nos vemos en nuestras artes. 

Meri y yo cantando la canción de Invierno
Un señor cavándose su propia tumba
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